13.11.08

Salvador

Por aquél entonces Salvador, de quince años, aún se encontraba cursando educación secundaria. En esos momentos reposaba en la cabaña de las herramientas que daba al jardín trasero. Todo aquel terreno y la casa adyacente eran cortesía de su padre.

Allí tenía a aquel crío resabido de las gafas de culo de vaso que siempre jugaba con el balón en el patio a la salida de clase. Estaba amordazado y lloroso. Aquella tarde, sobre las 6:30, el balón de aquel niño se había deslizado perezosamente bajo el pié alzado de Salvador, que en esos momentos estaba caminando con la intención de enfilar por la trocha de las cabras hacia la cabaña donde guardaba el material. Centésimas de segundo antes de que su nariz tocara el suelo, Salvador puso cuidado en mirar cuál de aquellos niños tenía pinta de haber sido el último en tocar el balón. Lo supo al instante.


Unas tres horas más tarde, Salvador recobró parcialmente el sentido al lado del niño de las gafas, atado ya con una soga. La situación requería que se hiciera algo pronto. Tenía una de las lentes rajadas y el labio superior partido, y parecía estar inconsciente. Su captor no recordaba lo que había estado haciendo hasta aquél momento ni lo que había tomado, aunque se hacía una idea. Apartó los ojos de aquél desgraciado y se fijó en dónde estaba, aunque en realidad no lo averiguó hasta mucho más tarde. Sólo se fijó en algunos objetos borrosos y fluctuantes que llamaron su atención.

Se estiró en el suelo riendo y se dispuso a entretenerse un rato mirando aquellas gafas, odiándolas por momentos. Y, por extensión, también al chico. Imaginó una escena en slow motion donde el cuerpo metálico de un martillo rompía el hueso de la mandíbula inferior formando algo parecido a astillas ensangrentadas. Haría saltar aquello que me enseñaron en la escuela: caninos, molares, premolares... ¿paletos? En fin, todo eso. Al final se puso tan rojo a causa de la ira que decidió levantarse y dejarlo durante un rato. Celebró su triunfo momentáneo inclinándose una vez más sobre El Cajón.


En algún instante en el tiempo y en el espacio notó que alguien le tocaba en el hombro izquierdo. Se volvió para dejar pasar al flexo, que parecía tener prisa para llegar al otro lado del salón. Tras flotar afanosamente durante unos segundos en dirección a la mesa, tomó asiento en uno de los extremos que daban a la chimenea. En el banquete que se celebraba aún quedaba una silla sin ocupar, y sin embargo Salvador prefirió quedarse de pié en el umbral del comedor, recostado en una de las jambas, como quien contempla amorosamente a sus hijos mientras abren los regalos de navidad.


Un hombre bigotudo con levita y muy engominado se puso de pié y alzó la voz después de ver que sus carraspeos no surtían efecto.

-¡Caballeros! Caballeros... aquí el señor rector tiene muchas ganas de partirle el cuello al ciego y se dispone a exponernos sus razones...

-Un momento, dispense -interrumpió un mamut-. Primero querría asegurarme de que tengo los pezones lo suficientemente duros... en efecto, puede usted continuar.

-Decía -prosiguió el de la levita, visiblemente turbado- que hay que decidir cuanto antes lo que vamos a hacer con Dolittle. El pedazo de acémila es tan burro (valga la rebuznancia) que de tanto patalear ya le ha caído encima una de las viejas estanterías de madera. Señor rector... si tiene la bondad...

-Sí... bueno... a mí me gustaría partirle el cuello -dijo el mamut, sonrojándose-.

-Eso ya lo ha dicho.

-¿Por qué habláis tan raro?

-Yo soy partidario de sorberle el humor vítreo -dijo alguien escondido detrás del gran tocino asado- porque el cabrón no ve nada con esas gafas.

-¿Dónde aprendes esas cosas?

-En cuarto -respondió alguien, seco-.

-¿Por qué habláis tan raro?

-Bueno, bueno. No vamos a discutir ahora sobre las chorradas que les enseñan a ésos en la escuela. La de bio me caía bien, aunque daba miedo y se pintaba los labios de negro.

-Y los de la boca también.

-La violencia no conlleva nada bueno.

-Llevo catorce años ejerciendo como golpeador de focas y puedo asegurar que eso que acaba usted de decir es una gilipollez.

-¿Por qué habláis tan raro?

-Esas gafas han de pesar una tonelada.

-Oigan, cállense de una vez -continuó el pingüino engominado, que ya empezaba a estar harto- y decidan algo sobre el tema Dolittle. Tengo kárate a las trece cincuenta y seis.

-Pero están echando Los Simpsons por la tele.

Salieron todos en tropel.

La habitación estaba ahora vacía. El cojín, húmedo de saliva. Se despertó babeando en el viejo jergón del perro, con un dolor de cabeza infernal. El de las gafas estaba empezando a gimotear, y su castigo ya se había postergado demasiado... Salvador se puso a pensar con pereza lo que le iba a hacer intentando ignorar el mareo y el sabor rancio que le impregnaba la boca.

Cinco minutos más tarde el niño salía por la puerta del jardín dando tumbos y con las lentes manchadas de cacao labial. Desapareció en la noche.

El otro permaneció sentado en un bidón, en ropa interior y con restos de madera podrida en brazos y espalda. Se dió un minuto para rascarse la coronilla parsimoniosamente. Luego asaltó el sendero y lo atravesó con ansia en los pasos. Aquel día decidió que había un F-15E esperándolo en alguna parte.

2 comentarios:

fag dijo...

sisi, ya imaginaba que era una parodia bestial.
lo que no entendía una mierda, jaja
thanks por el curso avanzado.
este texto ya lo entendí del todo ;)

salut

BLIS dijo...

jajajajajajajaja
DIOSSSSSSSSSSSSSSSSSS
que ida de pinza mas guapaaaaaa
me encantan estos desvarios, creo que es una de las mejores ideas que hemos tenido esto de la semana del odio, hay cosas miticas