El director Carolan, muerto la noche antes, se dispuso como cada mañana a pasar revista a su cuadrilla personal de negros tísicos. Y, a pesar de que delante de su cabaña se agrupaban bastantes más de los necesarios, el barrido visual de reconocimiento no se demoró más de lo estrictamente necesario. En todo caso, cabezas iguales unas a otras, mordidas por el Sol y la tierra; y piernas apiñándose en la grava, agitadas por la misma desesperación de hambre canina.
Asentados sobre el polvo, los salvajes miraban hacia el frente, y allí no había nada más que Carolan.
Carolan se reía de ellos bajo las poleas.
Los oficiales, el cocinero y el secretario habían huído en el último de los vapores-correo que llegaban desde la costa cada tres meses, pero allí quedaba él, tieso como una estaca en suspensión.
No sólo era la severa mirada oblicua. Años de mansedumbre programada ligaban al colonizador con las masas estertóreas de aquella colonia, más alguna que otra ventaja potencial sobre el medio... que ellos contribuían a destruir.
Con la barbilla hincada en el pecho inició el último tramo de su ascensión con siete docenas de miradas atónitas clavadas en los talones.
Lo encontraron tirado en el suelo de su cabaña con una cadena rodeándole el cuello. La biga se había partido y su cuello también. En la pared de madera enfrentada a la puerta se había dibujado un gran arco ojival encabezado por una corona y la palabra magoa repetida con cierto desorden. Se había atado al tronco y a los brazos muchos plumeros de avestruz de los que allí se manufacturaban. Y sin embargo, no importaba si hablaba o callaba, o si se movía gritando órdenes o decidía dejar de moverse. Era el director Carolan, inclinando la cabeza a sotavento, el último hombre blanco.
Congregados todos de una vez, la casta guerrera miraba al frente y dudaba ante la pasividad del amo. Una puesta a prueba sólo es aceptable cuando hay margen de maniobra más allá de las actividades que requiere la supervivencia.
De la desordenada conglomeración de toses y espaldas encogidas apareció una lumbre, broma bajo el sol de África, y fue siguiendo un recorrido no programado por entre las masas, moviéndose con rumbo aleatorio.
Tocar al hombre blanco, hable éste o no, sería impensable. En una tarde tiraron las cuatro paredes de la cabaña y dejaron la plataforma alzada sobre troncos a la orilla del afluente. Con temblor en los brazos engancharon la cadena que se le ajustaba perfectamente al cuello a un garfio. Aprender a manipular la grúa les llevó otro tanto, pero los esfuerzos del salvaje no consiguieron borrar la expresión burlesca del levitante, con media lengua afuera y la cara plegada sobre sí misma.
Tímidamente asomó el puño, y los pantalones prendieron. Entonces las últimas cualidades humanas de Carolan desaparecieron, los sencillos mecanismos chirriaron y la inmensa ave pareció haber cogido una bolsa de aire con la que ayudarse a subir más y más. Los círculos de la informe imagen en fuego iban creando anillos de humo que enmarcaban toda la escena. El murmullo de la pluviselva congoleña filtrándose entre los troncos gruesos y en todas direcciones en un hormigueo danzante.
Lo abrupto del estallido que colmó el rito marcó el final. Carolan pareció disolverse en el aire dentro de su peculiar vestido: se encarroñó a sí mismo en una mezcla candente y desapareció como sacando en volandas sus restos de la escena; no quedaron por testigos más que las gentes que allí se hacinaban y sus correspondientes animales domésticos. En la epifanía colectiva el director Carolan se hizo nada, porque el hombre blanco nunca muere.
Algunas bocas se abrieron; todas, sin embargo, callaron.
Los hombres que pudieron verlo, propagaron la experiencia épica y ésta fue pasando de padres a hijos como "La ida del hombre blanco". El resto, tumbados y rígidos como langostas, dedicaron la mañana a descomponerse con pulcritud.
Ilustración de Joan Casaramona
26.10.09
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3 comentarios:
kdjhfjdkd (lametón de falo número 1)y kjsdhffjdkhddkfhdkl (lametón de falo número 2)
Me ha recordado al corazón de las tinieblas *sigh* y eso que no tiene mucho que ver.
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